Érase una vez , un niño al que todos llamaban caperucito porque llevaba una caperuza roja. En realidad se llamaba Carlos pero los chicos del barrio solían llamarle Carlitos. Una mañana la madre de Carlitos venía del mercado en coche sudando la gota gorda del mes de agosto, cuando le dió al niño un encargo. "Anda, ve a llevarle esto a tu abuelo Alberto que está en cama desde hace una semana". Dicho y hecho, se puso en camino hacía el coche que no funcionaba. Entonces se dispuso a andar, sorteando un camino sinuoso, una ribera entre álamos, hasta que se encontró a una linda lobita no menos fiera que el lobo del cuento clásico original.
De pronto, le dijo: "Hola chico, ¿qué llevas en el cestito?" Caperucito contestó: "Un kilo de pollo frito y una botella de vino tinto para mi abuelo que está malito". La lobita propuso: "Haremos una cosa, tú vas por el camino que va cerca de los álamos y yo iré por ese otro que es mucho más largo..." Experta en el arte del engaño, la lobita llegó antes que el de la caperuza colorada a casa del abuelito y llamó a la puerta. "Toc, toc" "¿Quién es?", preguntó el abuelito desde su posición horizontal en la cama. "Soy yo, Caperucito tu nieto", dijo la lobita falsa, fingiendo la voz de su nieto. El abuelito la animó a pasar y, en un santiamén, la lobita se comió al abuelo. Mientras tanto, el esforzado Caperucito, llegó a casa de su abuelito enfermo y llamó a la puerta como de costumbre. ¡Qué sorpresa se llevó al ver que su abuelito estaba tan cambiado! Pensó: "Debo irme al oculista del hospital del estado a graduarme la vista de nuevo". Entonces le dejó al abuelito la cena en la mesita de noche y empezó su turno de preguntas: "Abuelito, ¡qué orejas tan grandes tienes!" "Es para oirte mejor", dijo el abuelito. "Abuelito, ¡qué ojos tan grandes tienes!" "Es para verte mejor, caperucito" "Abuelito, qué boca tan grande tienes" "Es para comerte mejor" y zas, se comió a Caperucito. Tan satisfecha estaba la lobita que se puso a descansar en la cama. Como Caperucito no llegaba a su casa, la propia madre se presentó donde vivía el abuelo y descubrió a la loba tumbada en la cama. Cogió unas tijeras grandes y, con gran sangre fría, le abrió el estómago, sacó al abuelito y a caperucito y a la lobita la curó y la envió al zoológico previa llamada a los agentes forestales.
Colorín, colorete, mi abuela vive en Alpedrete.
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